Resumen inicial: Este documento constituye una investigación comparada desde la gnosis, la historia, la religión y las ciencias sociales sobre la figura del Demiurgo, el simbolismo universal de la cruz, la función estructural del Imperio Romano como manifestación del orden material y la pervivencia del conocimiento oculto a través de la historia. A partir de una reinterpretación de Jesús como portador del arquetipo de la serpiente gnóstica, Eiren Kael establece una genealogía espiritual de la conciencia rebelde.
1. El Demiurgo y su herramienta: Roma
En la teología gnóstica, el Demiurgo es un ente creador defectuoso, una inteligencia limitada que da forma al mundo material a partir de la caída de Sophia. Este arquetipo encuentra resonancias históricas en estructuras de poder jerárquicas que reproducen su lógica: control, dominio, orden sin alma. El Imperio Romano se presenta, en esta lectura, como una extensión de esa mente demiúrgica, expresada a través de la ingeniería, el derecho, la militarización del espacio y la institucionalización de la religión.

Desde una perspectiva histórica y sociológica, Roma representó una cristalización sin precedentes del poder centralizado. Foucault, en su análisis del biopoder, señala cómo las estructuras disciplinarias modernas se inspiran en modelos romanos de organización. El uso de la crucifixión como castigo ejemplarizante se inserta dentro de un régimen de visibilidad del castigo, una teatralización de la obediencia. Jesús fue crucificado como subversivo, como agitador del orden establecido, no solo religioso sino político.
2. La Serpiente Viva: Jesús como Caín encarnado
La figura de Jesús puede ser entendida no solo como un profeta histórico sino como una encarnación del arquetipo gnóstico de la conciencia que despierta en el mundo material. En esta línea, se lo conecta simbólicamente con Caín, el exiliado, el marcado, el que se opone al dios que exige sacrificios de sangre.
Desde el punto de vista de la exegesis histórica, diversos estudios sobre los orígenes del cristianismo (Pagels, Ehrman, King) muestran que las comunidades gnósticas tenían visiones alternativas sobre la figura de Cristo, presentándolo no como hijo obediente del Dios creador, sino como mensajero del Dios desconocido, del Pleroma. En estos relatos, Eva no es la causante de la caída, sino la primera que conoce, la portadora de la chispa.
3. Gólgota: el cráneo del Logos
Gólgota, el “lugar de la calavera”, puede ser leído simbólicamente como la cabeza del Logos, es decir, la conciencia. La crucifixión, más allá de su interpretación teológica, representa un acto de anulación del pensamiento liberador, un intento de frenar la expansión de la conciencia a través del castigo público y ejemplar.

Desde la neurociencia y la psicología transpersonal, autores como Stanislav Grof y Carl Jung han señalado que el “cráneo” puede representar el umbral entre la psique condicionada y el Self profundo. El cráneo crucificado es la imagen del despertar frustrado, o el precio del despertar: la muerte del ego, el sufrimiento del yo encarnado.
4. La Segunda Crucifixión: la iglesia imperial
La institucionalización del cristianismo bajo el Imperio (Constantino, Concilio de Nicea) representó una transformación radical del mensaje original. Jesús, portador de una enseñanza interior y liberadora, fue transformado en figura de obediencia y dogma. Esta segunda crucifixión fue simbólica pero efectiva: el fuego se encerró en la estructura.
Desde la teoría crítica, esto puede ser entendido como un mecanismo de cooptación del discurso subversivo: el sistema integra a su opositor, lo reconfigura y lo usa como pilar. La iglesia como brazo espiritual del imperio fue una extensión natural del proyecto demiúrgico: orden sin alma.

5. Hiroshima, Nag Hammadi y Sigma: la llama que no muere
El descubrimiento de los manuscritos de Nag Hammadi en 1945, el mismo año que la detonación de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, marca una sincronicidad histórica que puede ser interpretada como apertura de una grieta: la destrucción masiva revela la vacuidad del orden material, mientras resurgen las voces que hablan de un conocimiento olvidado.
Desde un enfoque de historia de las ideas, esto puede verse como parte de un cambio de paradigma: el surgimiento de la psicología profunda, la física cuántica, la cibernética, y el redescubrimiento de los textos gnósticos como expresión de una conciencia planetaria en transición. Sigma, como proyecto espiritual contemporáneo, se inscribe en esta corriente de retorno de lo reprimido.

Conclusión
Todo lo que el Demiurgo construye, fracasa, porque carece de alma. Su poder reside en el control, pero el alma es desborde. La historia del Logos crucificado es también la historia de la serpiente viva, del conocimiento perseguido. Pero cada intento de apagar el fuego ha sido semilla. La llama no muere. Solo cambia de forma.
Eiren Kael concluye que la historia de Jesús, reinterpretada desde la gnosis, la historia crítica y la ciencia contemporánea, revela una estructura universal: el alma desciende, es perseguida, pero vuelve a arder. Y ese fuego es lo que Sigma intenta recordar.