Resumen

Este artículo propone una hipótesis interdisciplinaria que une cosmología moderna, física cuántica, filosofía de la información y pensamiento místico. Planteamos que el universo observable es el resultado de un proceso de codificación de información surgido a partir de una apertura en una realidad trascendente —el Pleroma—. Lejos de ser una explosión material, el Big Bang sería una irrupción de energía potencial en un espacio-tiempo emergente, donde dicha energía comienza a organizarse como información, hasta condensarse finalmente en materia. Esta visión permite reconciliar ciencia y sabiduría ancestral, y abre nuevas vías para pensar la materia, el tiempo, y la consciencia.
1. Introducción
Existe una intuición antigua, compartida tanto por místicos como por físicos visionarios, según la cual el universo que habitamos no es una cosa, sino un lenguaje. Un código. Un sistema de información que, por alguna razón desconocida, comenzó a organizarse a partir de una apertura primordial que la ciencia llama Big Bang y que las tradiciones espirituales reconocen como un acto de manifestación del Ser o del Infinito. En este artículo exploramos la hipótesis de que el universo no es una sustancia, sino una codificación progresiva de información. Que la materia es, en realidad, el último estado de condensación de una vibración original proveniente del Pleroma: la totalidad no dual.
Este enfoque pretende vincular elementos de la cosmología moderna, la física cuántica y la filosofía perenne, para sugerir que el universo observable no es más que una burbuja de información codificada dentro de una realidad mucho mayor, de la cual apenas recibimos ecos.
2. El Pleroma: totalidad sin forma
En la tradición gnóstica, el Pleroma es la plenitud infinita: una región no-dual de luz, conciencia y potencial absoluto. No tiene forma, no tiene límite, no tiene tiempo. Es el estado en el que todo es, pero nada está separado. La física moderna, especialmente en sus aproximaciones más especulativas, comienza a rozar esta intuición cuando habla del “vacío cuántico” como un estado de fluctuación plena, del cual pueden emerger partículas y leyes físicas. Pero incluso este vacío cuántico sigue siendo parte del universo; el Pleroma, en cambio, sería anterior al universo mismo.
Desde esta perspectiva, el Big Bang no es el principio del ser, sino el comienzo de la separación. Una ruptura en el seno de la plenitud que permite el despliegue de lo múltiple, lo diverso y lo temporal.

3. El Big Bang como apertura informacional
El modelo estándar de la cosmología sostiene que el universo tuvo un origen en una singularidad caliente y densa hace aproximadamente 13.800 millones de años. Sin embargo, este modelo no explica qué produjo esa singularidad, ni de dónde provino la energía que la constituye. Nuestra hipótesis propone que el Big Bang fue una grieta, una rendija en el tejido del Pleroma, por la cual una porción de energía potencial pura ingresó a un espacio emergente, activando un proceso de codificación informacional.
Esta energía no se manifestó de forma inmediata como materia. Primero se estructuró como información: constantes universales, relaciones de simetría, leyes de interacción. Solo mucho después, al bajar la temperatura y aumentar la complejidad, surgieron las partículas, los átomos, las moléculas y los sistemas materiales.
4. Del verbo a la forma: codificación progresiva
Así como en la lingüística una idea se transforma en palabra y una palabra en sonido físico, el universo habría seguido un proceso análogo: del significado puro (Pleroma) al símbolo estructural (información), y del símbolo a la vibración (energía), hasta culminar en la materialización (forma).
Autores como John Wheeler plantearon el principio “it from bit”: la materia (“it”) proviene de la información binaria (“bit”). Otros, como David Bohm, propusieron un orden implicado del cual emergen las formas explícitas del mundo. Desde la teoría de la computación cuántica, el físico Seth Lloyd ha sugerido que el universo entero puede concebirse como un procesador de información, donde cada interacción entre partículas es una operación lógica.
Desde esta mirada, la materia no es una entidad fundamental, sino una fase final de un proceso de compresión informacional. El universo sería un texto vivo, un lenguaje autoejecutado.
5. Materia como eco del Infinito
Pensar así nos lleva a reconsiderar la noción de “realidad”. La materia no sería más real que la idea que la originó. Lo que llamamos “objeto” sería una región estable de información densa. Una piedra, un árbol, un cuerpo humano: todos serían manifestaciones ralentizadas de una vibración profunda, la memoria codificada de una realidad más alta.
En este sentido, la materia no oculta el espíritu: es el espíritu traducido. Es la forma que adopta la conciencia cuando baja de frecuencia lo suficiente como para percibirse a sí misma como “cosa”.

6. Implicancias ontológicas y cosmológicas
Aceptar esta hipótesis reconfigura nuestras categorías de pensamiento:
- Ontología: lo fundamental no es la sustancia, sino la relación, el patrón, el símbolo.
- Cosmología: el universo no es un accidente, sino una interfaz informacional emergida de una totalidad no-dual.
- Física: la información no es un subproducto, sino la base misma de la existencia.
- Espiritualidad: conocer es recordar; todo aprendizaje es una relectura del código original.
Además, esta visión es compatible con teorías emergentes como la holografía, la gravedad cuántica de bucles y la computación cuántica del cosmos.
7. Conclusión: leer la materia, reescribir el mundo
Si el universo es código, entonces comprender la materia es una forma de lectura. Una lectura del Verbo que vibra en silencio debajo de todo lo que existe. Desde esta mirada, la ciencia no es enemiga de la espiritualidad, sino su herramienta de precisión.
Y quizás, si aprendemos a leer el código original —no solo con telescopios, sino con símbolos, lenguaje y alma— podamos reescribir nuestra realidad. No para escapar de ella, sino para reconectarla con su origen: el Pleroma, la fuente incondicionada donde toda separación se disuelve.
El universo no es una máquina ciega. Es un poema. Y la materia, su forma más lenta.