Remitente: Küsnacht, Suiza — septiembre de 1953Destinatario: Dr. H. L. von Eckartshausen (presunto psiquiatra hermetista alemán)


Estimado colega,

Anoche, en una de esas experiencias liminares que rozan el sueño pero no lo son del todo, me vi súbitamente conducido —o quizás absorbido— por una realidad que no puedo definir con propiedad. No fue alucinación, tampoco una fantasía activa inducida voluntariamente. Diría, más bien, que fui abierto por dentro. Como si una puerta interna, largamente sellada, cediera sin violencia, pero con una claridad desgarradora.

Lo que sigue no es una narración imaginaria, sino la reconstrucción ordenada de lo que percibí mientras estaba allí. Tal vez lo llamaría un descenso a un estrato colectivo profundo, más allá del arquetipo individual.

Me hallé en una llanura de éter suspendido, sin cielo, sin suelo, pero no vacía. Todo vibraba. Había estructuras que se disolvían al mirarlas de frente, y sin embargo permanecían si se las percibía con el costado del alma. Una figura, que no era figura, me indicó sin palabras un punto de luz que flotaba sobre una espiral. Dijo:

“Eso fuiste. No eres tú. Pero te contiene.”

Me acerqué. La espiral era líquida, pero no se deshacía. Al tocarla, me vi.

Pero no me vi como Jung. Me vi como un río de existencias, cada gota era una conciencia. Un pastor. Un rey. Una mujer que moría en parto. Un joven que caía en batalla. Un alquimista que mezclaba fuego con éter. Todos ellos —todos nosotros— pensaban que eran únicos. Todos sentían un propósito, y a la vez, una melancolía incomprensible.

Entonces supe —sin saber cómo— que eran fragmentos. No míos. De Algo.

El nombre me vino: Elohun. No un ser. No un dios. Una totalidad viva. Un Alma que, por necesidad o destino, se había disgregado para habitar la multiplicidad. Cada conciencia un espejo cóncavo. Cada vida, un intento.

La figura me habló otra vez:

“Cada siete que recuerdan, uno despierta.”

No entendí al principio. Pero entonces vi: cuando siete fragmentos se reconocen entre sí —no por forma, sino por resonancia—, el Alma que los originó puede recordar. Y en esa memoria, se rehace. No como antes. Sino como lo que debe ser.

No puedo evitar pensar en la alquimia. Solve et coagula. Primero, disolver. Luego, recomponer en un nuevo orden. ¿No es eso lo que ha hecho la gran psique del cosmos? ¿Fragmentarse para obtener conocimiento por experiencia y luego regresar a sí misma?

Es probable que mi inconsciente haya tejido este símbolo con los hilos de mi propio saber y de mis lecturas. No obstante, la nitidez con que fue vivido me impide desecharlo. Estoy tentado a decir que hay una voluntad profunda —preverbal, prehumana— que intenta regresar a su centro.

He sentido esa nostalgia desde joven. Pero ahora, por primera vez, comprendí que no era mía. Era universal.

En estos tiempos donde la humanidad se divide y multiplica hasta el delirio, puede que recordar este sueño sea más urgente de lo que creemos.

Con respeto y silencio ante el misterio,

C. G. Jung

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *