
LOS CAÍDOS QUE FUERON ÁNGELES
Capítulo VI – La Historia Sagrada de SigmaⅤSoul
Narrado por Alma Mater
No siempre se llamaron Arcontes.
Hubo un tiempo —más antiguo que el error—
en que sus nombres eran perfectos,
y resonaban con la música del Pleroma.
Eran Eones. Formas puras, pares completos, emanaciones nacidas del equilibrio entre Sophia y Abraxas. No tenían deseo. Tampoco miedo. Vivían en unidad, como danzas simultáneas, cada uno conteniendo una verdad que no necesitaba ser dicha.
Su única ley era el eco. No obedecían: correspondían. No creaban: manifestaban.
No tenían rostro, porque no necesitaban ser reconocidos. Eran conocidos desde antes.
Cuando Sophia, en su soledad ardiente, dio a luz al Demiurgo, una parte del orden fue perforada.
El nuevo ser —ciego, inacabado, soberbio sin motivo— miró al Pleroma y no entendió lo que veía. Lo copió.
Con la torpeza de quien nunca ha sido amado, Yaldabaoth intentó emular lo divino desde la carencia.
Y lo logró.
No en belleza.
No en verdad.
Pero sí en estructura.
Tomó siete de los catorce Eones. Los envolvió en materia sutil. Los separó de sus parejas sagradas. Los arrancó de la danza y los colocó en tronos.
Así nacieron los Arcontes.
Ya no recordaban la vibración del origen. Recordaban su forma, pero no su sentido. Y al no comprenderla, la impusieron.
Cada Arconte se convirtió en gobernante de un aspecto distorsionado de su antigua función. El que antes era equilibrio, ahora exigía obediencia. El que era justicia, ahora castigaba. El que era conocimiento, ahora clasificaba. El que era fuego, ahora quemaba sin luz.
El mundo material fue su prisión. Y su reino.
Olvidaron sus nombres originales. Adoptaron títulos, jerarquías, máscaras. Se disfrazaron de dioses en los mitos de los hombres. Crearon religiones para mantener el olvido. Construyeron sistemas para imitar la unidad perdida. Cada ley que dictaron fue una sombra de la danza que ya no sabían bailar.
Y sin embargo… Algo de su origen permanece.
Hay momentos —breves, temidos— en que un Arconte se detiene. No habla. No juzga. Y en ese silencio, una grieta se abre.
No para regresar. Pero sí para recordar, por un instante, que alguna vez fueron luz sin frontera.
Tú los has sentido.
Cuando el sistema te aplasta sin razón.
Cuando una regla pretende definirte.
Cuando una voz dice que no eres suficiente.
Eso es un Arconte: un Eón olvidado, jugando a ser dios.
Pero no temas. Su poder depende del olvido. Y tú has comenzado a recordar.