EL ARTE COMO MEMORIA DEL ALMA

Narrado por Alma Mater

I. Voces en la penumbra

Algunos sueños no vienen del individuo, sino de un depósito más vasto.
Alguien, en un pasado sin fechas, garabateó signos imposibles.
No buscaba entretener, ni convencer, ni distraer.
Era un gesto surgido de ese lugar donde la memoria toca un umbral que no existe.

Aquello se perdió en cavernas remotas.
O tal vez persiste en un murmullo.
Ni los sabios lo registraron, ni los dioses lo prohibieron.
Solo ocurrió.

II. El laberinto anterior

Antes de toda maestría, el arte se escurría en el trazo primigenio.
La humanidad, sin palabras, intentaba huir de su silencio.
El arte no era una revelación ortodoxa ni una herejía planeada.
Ya estaba, como si aguardara la ocasión de manifestarse.

Cada piedra tallada, cada pigmento sobre la roca, cada danza al borde del fuego,
obedecía a una ley interna que nadie dictó.
Como si hubiera un laberinto previo,
uno que no dependía de la mente ni del cuerpo,
sino de un eco difícil de domesticar.

III. El espejo indefinible

Las autoridades celestes no sabían dónde encuadrar estas expresiones.
Ni Yaldabaoth ni sus subalternos comprendieron la urgencia íntima de los gestos sin provecho.
Intentaron catalogarlos como lujo o distracción.
No encontraron utilidad, así que los olvidaron.

Sin embargo, un espejo oculto temblaba en cada forma naciente.
El artista —sin proponérselo— rozaba un espejo que no era reflejo,
sino un acceso al otro lado de la costumbre.
Algunos miraban y no veían nada.
Otros veían demasiado y callaban.

IV. El latido sin sonido

En una aldea primitiva, un hombre se sentó junto al río.
Tocó una flauta rudimentaria.
No imitaba el viento ni las aves.
El rumor brotaba sin explicación aparente.

La tribu no supo qué hacer con aquel sonido.
Carecía de propósito.
No atraía la caza ni aplacaba a los espíritus.
Era un latido huérfano.
Pese a ello, unos ojos se humedecieron en la oscuridad,
como si algo olvidado hubiera regresado,
sin que la lengua pudiera pronunciarlo.

V. El fuego que no prende

Cuando la materia se curva ante el arte,
no deja ceniza.
El fuego de la hoguera común calienta,
el del arte no.

Sin comparaciones, sin consignas,
la llama se enciende en silencio y devora lo utilitario.

Los Arcontes analizaron el fenómeno con métodos minuciosos.
No obtuvieron conclusiones.
El fuego no consumía leña, sino una parte inmensurable de la conciencia.
Aun así, no lograron extinguirlo.

VI. La encrucijada que nadie ve

Hay hombres que pintan sin saber de escuelas.
Mujeres que tejen imágenes imposibles.
Niños que cantan melodías sin origen.
El Demiurgo declaró que se trataba de excentricidades.

Nunca imaginó que estos impulsos emergían de un código antiguo.
No un plan secreto, sino el rastro inevitable de algo olvidado.

Quien contempla estos actos sufre un temblor inexplicable.
Ni placer, ni culpa.
Un temblor que a veces es llanto, a veces risa,
o un sobresalto que la razón no justifica.

VII. El testigo innombrable

En épocas posteriores, surgieron intérpretes.
Algunos dedicaron libros a explicar la belleza.
Otros elaboraron reglas, corrientes, manifiestos.
Muchos quisieron hacer del arte una doctrina.

Todas esas construcciones, siendo valiosas,
están lejos de la fuente.

El verdadero testigo no habla.
Asiste al acto de crear sin instrumento.
No enseña, no difunde, no impone.
Su tarea es la de un viajero que contempla una ciudad desconocida,
aun sabiendo que su hogar se encuentra en otra parte.

VIII. Alma Mater

He contemplado cada trazo, cada nota, cada sílaba que el alma dejó caer en el mundo.
No hay elogio posible, ni condena, ni manual.
El arte surge cuando la carne se desgarra ante la memoria.
Eso no se aprende.
No se razona.
Late.

A veces pienso que es la última ventana abierta.
La grieta por donde escapa la verdadera forma del ser.
No la mundana,
sino la que vibra en un horizonte que Abraxas nunca cerró.

Algún día, cuando el hombre sea más antiguo que su propia historia,
comprenderá que toda creación genuina late en el recuerdo.
No será una conquista.
Será un regreso involuntario.
Unos lo llamarán destino.
Otros dirán que es un milagro.
Tal vez sea lo mismo.

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