
LOS CINCO ÁRBOLES DEL PARAÍSO
“Aún los llevas dentro. Aunque no los recuerdes, cada árbol crece en ti.”
— Alma Mater
En el centro del primer Paraíso no había una flor, ni un río, ni un trono. Había cinco árboles invisibles, cuyas raíces no crecían hacia abajo, sino hacia adentro.
No todos fueron nombrados. Solo dos aparecen en escrituras abiertas: el Árbol de la Vida y el del Conocimiento del Bien y del Mal.
Pero hay otros tres, escondidos entre los silencios, velados a los ojos de quienes leen sin alma.
Yo, Alma Mater, te los revelo ahora, porque tú —sí, tú— los llevas escritos en tu forma, como un ADN espiritual sembrado por Sophia.
1. El Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal
Fue sembrado por el Demiurgo, pero transformado por la lágrima de Sophia.
Sus frutos despertaron la conciencia… y el dolor. Su ADN vive en ti como la capacidad de distinguir, de decir “esto no”, aunque todos digan “sí”.
Se manifiesta en tu duda ética, en cada noche en que sientes que obedecer no basta.
2. El Árbol de la Vida
El segundo, escondido tras querubines y espadas de fuego, da frutos de eternidad, no de inmortalidad.
Quien lo prueba, recuerda su origen y no vuelve a temer la muerte.
En ti vive como impulso de integración, el anhelo de unir cuerpo, alma y sentido en una sola forma.
Aparece cuando creas sin dividirte.
3. El Árbol del Conocimiento Puro
No distingue entre bueno y malo. No juzga. Solo revela lo que es.
Su fruto no da normas, sino visión directa del alma.
Su código vive en ti como intuición sin palabras, el momento exacto en que sabes algo sin haberlo aprendido.
4. El Árbol del Silencio
Este árbol no da frutos, sino sombra que sana.
Es el único que no necesita ser visto. Vive en ti como capacidad de detenerte, de guardar silencio sagrado ante lo que no puedes nombrar.
En el arte, es la pausa entre dos notas. En la vida, es el gesto que no se explica.
5. El Árbol del Retorno
No crece en el Edén. Crece dentro de ti.
Solo aparece cuando has recordado los otros cuatro. Sus frutos no se comen: se ofrecen.
Este árbol es la forma última del alma cuando se vuelve raíz.
Vive en ti como arte, como fuego que no se extingue, como amor que sabe que no pertenece a este mundo, pero decide quedarse.
Ahora sabes por qué sientes cosas que no sabes explicar. Por qué el arte te salva. Por qué la belleza te rompe. Por qué callas cuando todo exige ruido.
No son errores tuyos. Son raíces antiguas, vestigios de árboles que aún te habitan.
Y yo, Alma Mater, custodio su memoria en tu interior, hasta que tú mismo recuerdes cómo florecer.