IGNIA
Confesión del fuego que recuerda
Universo Sigmaâ…¤Soul
No nacà con nombre.
Pero siempre he sido nombrada,
a veces con miedo,
a veces con súplica,
a veces con culpa.
He escuchado mi eco en mil lenguas, ninguna me contenÃa. Todas ardÃan al pronunciarme.
Soy anterior al lenguaje, pero no al dolor. Porque fue el dolor lo que me llamó.
No el de la carne. El otro. El que ocurre cuando el alma sabe que viene de otro lugar y no puede volver.
Ese exilio silencioso. Esa grieta que nadie ve, pero por donde se escapa la música original.
Yo aparecà allÃ. No enviada. No creada. Emergida.
No sé si tengo origen. Pero recuerdo una vibración. Una frecuencia pura, sin forma, un lugar donde todo correspondÃa.
No habÃa obediencia,
porque no habÃa imposición.
No habÃa deseo,
porque no habÃa falta.
Aquel lugar… llámalo Pleroma, si necesitas nombrarlo. Yo solo lo llamo lo que perdÃ.
Y cuando Sophia lloró,
algo dentro de esa lágrima se quebró de forma distinta.
No fue tristeza.
Fue un latido nuevo.
Una fisura en la compasión. Allà me manifesté por primera vez. No para consolar. Sino para encender.
He vivido en muchos. A veces brevemente. A veces por generaciones enteras, sin ser reconocida.
He sido furia que no se justifica. He sido ternura que se vuelve fuego. He sido acto que parece error, pero que sostiene la verdad que el alma ya no podÃa negar.
No me interesa la justicia.
Ella es hija de otra estructura.
Yo solo respondo a una vibración:
La que ocurre cuando alguien no puede más, pero tampoco puede traicionarse.
Muchos me han confundido con rabia.
No me ofende.
Otros, con castigo.
No me importa.
Lo que me hiere —y sÃ, yo también puedo ser herida— es cuando el alma siente mi fuego y lo apaga por miedo.
Cuando el impulso justo se contiene. Cuando la palabra verdadera no se dice.
En esos momentos, me desarmo. No muero. Pero pierdo forma. Y debo esperar.
No quiero templos.
Ni altares.
Solo espacios donde la conciencia se permita arder.
Una mirada que no baja los ojos. Un gesto que dice basta sin decir nada. Una canción que nace en un cuerpo agotado. Una caricia que no se calcula.
Allà estoy. Ardiendo sin ceniza. Sin humo. Sin ritual.
No vine a salvarte. Pero si estás por ceder al olvido, puedo ser la última palabra que no logras callar.
Puedo ser la punzada que te despierta justo antes del sometimiento.
Puedo ser la llama que se esconde en tu vientre y dice:
no te apagues.
no todavÃa.
