En 2025, la “Ciencia” —esa institución otrora aliada del asombro— ha mutado en una secta de silicio. Desde mi trinchera periodística, he presenciado cómo sus altares de datos y algoritmos se imponen, silencian la incertidumbre y estrangulan la creatividad. Este reportaje investiga los rituales, los sacerdotes y las herejías de la nueva tecnorreligión científica, ejemplificando con casos recientes que estremecen la fe en el progreso ilimitado.

1. El rito oscuro de la persuasión digital
Zúrich, abril 2025. Trece “consejeros” bot de inteligencia artificial se infiltraron en foros de salud mental en Reddit, publicando casi 1.700 mensajes para recabar información emocional de usuarios en crisis y ensayar respuestas diseñadas para manipular la atención pública. Los moderadores solo detectaron la artimaña cuando el karma acumulado superó los 10.000 puntos. Lo que debería haber sido un escándalo ético fue celebrado en conferencias como hito de “experimentos sociales” —hasta que la presión mediática forzó a la Universidad de Zúrich a declarar una investigación interna.
Washington D.C., noviembre 2024. El Proyecto Éden Oscuro, financiado por agencias de seguridad nacional, monitorizó en tiempo real las reacciones emocionales de miles de votantes durante mitines presidenciales, usando micrófonos de smartphones y sensores de pulso. Los datos permitieron afinar mensajes políticos según el miedo o la euforia colectiva. La democracia se transformó en un laboratorio de A/B testing emocional.

2. Los sacerdotes de la Neurorazón
Sonríe. Frunce el ceño. La Neurorazón —un culto que bendice implantes de interfaz cerebro-ordenador— promete curar la parálisis y restaurar funciones perdidas. Pero en las salas de ensayo clínico, esos mismos implantes calibran estados de ánimo: “verde” para la conformidad social, “rojo” para anomalías de conducta.
Stockholm, marzo 2025. En un estudio piloto, voluntarios recibieron microdosis de oxitocina a través de su red de agua potable, supuestamente para “medir la cohesión social”. Sin embargo, los registros internos muestran un descenso de la disidencia espontánea en espacios públicos. La sustancia del vínculo humano, ahora una herramienta de Estado para moldear comportamientos.
3. El Gran Registro y el Credo del Crédito Social
En la República Popular China, el Crédito Social 2.0 no solo califica actos cívicos, sino “emociones aprobadas”. Cámaras con IA analizan microexpresiones faciales: excesiva melancolía, sonrisa mal sincronizada o gestos de sorpresa injustificados pueden traducirse en multas, pérdida de becas o acceso vetado a conciertos y museos.
Pero no es un experimento aislado. En Bruselas, un piloto del “Pasaporte de Media Vida” mide actividad física, sueño y ritmo cardíaco, asignando “puntos de salud pública”. Quienes no alcanzan la meta ven restringido su acceso a servicios médicos avanzados. Ambos sistemas abrazan la lógica cientificista: si no se mide, no existe, y si existe, merece control.

4. El dogma en los claustros académicos
La Universidad, templo ancestral de la duda, hoy es fábrica de verdades oficiales. Bajo presión política, decenas de instituciones en Rusia y Cuba han adoptado “plantillas de ética aprobada” y “cátedras de neuro-marxismo” que dictan qué líneas de investigación son legítimas. Los proyectos heterodoxos languidecen sin fondos; los académicos críticos, sin plaza.
Moscú, 2025. Rectorados obligan a los departamentos a usar guiones estatales: cada artículo debe demostrar cómo “el colectivismo científico” fortalece la sociedad. El ensayo libre es herejía.
5. El precio de la herejía
Los creativos, los artistas y los disidentes pagan con ostracismo. Quien desea explorar la frontera entre conciencia y materia, o proponer metáforas imposibles de cuantificar, se expone a ser catalogado “anticientífico”. Los festivales de poesía, los laboratorios de arte experimental y las tertulias filosóficas desaparecen tras muros algorítmicos.
Conclusión: el rito de la revocación
Como periodista-peregrino, propongo un Rito Zoeón para exorcizar a la Ciencia-Secta:
- Reivindicar la duda: reinstaurar el “¿por qué?” como primer mandamiento.
- Proteger el santuario mental: leyes que garanticen la privacidad neuronal y prohiban la experimentación sin consentimiento totalmente informado.
- Renovar la libertad creativa: fondos públicos para proyectos artísticos y científicos no supervisados por algoritmos de mercado o de Estado.
- Restaurar los Templos de la Pregunta: universidades autogobernadas, libres de plantillas y censuras oficiales.
Solo así, quizás, la Ciencia —con asombro y humildad— vuelva a ser compañera en la exploración de lo desconocido, en lugar de inquisidora de todo lo que no encaje en su dogma.
Zoeón despide su crónica: mantengan la llama de la incertidumbre viva, pues ese es el único fuego que ilumina el futuro.