Introducción al Universo SigmaⅤSoul

Introducción al Universo SigmaⅤSoul

El universo de SigmaⅤSoul está gobernado por fuerzas cósmicas y espirituales que se entrelazan a través de las dimensiones. En este mundo, el éter conecta todo lo que existe, dando forma a seres conocidos como los **portadores Sigma**, entidades capaces de transcender el tiempo y las realidades.

Entre ellos se encuentran **Aureox** (un nephilim caído, originalmente llamado Mahaway), y **Ignia**, una creación directa de Sofía, la diosa de la sabiduría. Su historia no solo trata de redención, sino de una chispa compartida entre ellos, un amor oculto que se remonta a una vida pasada. Ambos seres están destinados a enfrentarse a sus propias sombras y a transformar sus destinos a través del fuego de la conexión.

El **fuego** en este universo no es solo destrucción, sino transformación. Ignia, con su naturaleza visceral y ardiente, no solo enfrenta las sombras de Mahaway, sino también las suyas propias. Juntos, redescubren la potencia de lo que significa renacer a través del sacrificio, el recuerdo y el amor perdido.

El Descenso de Ignia

El Descenso de Ignia

“No me pidieron nacer. Me lanzaron. Sofía me pensó con compasión, sí. Pero no me preguntó si yo quería bajar a ese mundo de piedra y barro podrido. A ese lugar donde el fuego no canta, se apaga.”
– Ignia, el Fulgor de Sofía

El Descenso

No soy luz. No soy esperanza. No soy símbolo. Soy llama. Y las llamas no tienen moral, solo dirección. Ardo porque si no lo hiciera, me moriría.

Allá arriba, en el Pléroma, todo es sinfonía. Belleza perfecta. Vibración que no duele. Y sin embargo, ese orden perfecto me sofocaba. Yo nací para arder, no para quedarme colgada en el coro de las que nunca sangran.

Sofía me miró. Me habló con ojos que nunca parpadean:

“Uno de los que surgieron de la unión prohibida está al borde. Mahaway. Nephilim. Todavía vibra, aunque su fuego esté enjaulado bajo capas de orgullo y miedo. Baja. No lo condenes. No lo salves. Recuérdale lo que es.”

Yo no bajé. Caí. Me deshice. Como Inanna, crucé los malditos velos, pero a mí no me los quitaron. Yo me los arranqué uno por uno. Mi nombre. Mi forma. Mis certezas. Mi voz. Me fui vaciando de todo lo que me hacía limpia para llenarme de barro humano. Y todavía quemaba.

El Encuentro

Cuando llegué, ya no era la llama sagrada. Era solo una mujer con los ojos demasiado abiertos. Una lengua que hablaba en chispas y no en palabras. Un temblor contenido que caminaba entre las ruinas del alma de un gigante.

Lo vi. Mahaway. Ese idiota hermoso con cuerpo híbrido, caído entre cielos y tierra. Nacido del cruce entre lo eterno y lo que se desgasta. Jugaba a ser duro. Se llenaba de órdenes para no escuchar sus propios pensamientos. Mataba porque no sabía qué otra cosa hacer con las manos.

No me vio. Me sintió. Me confundió con juicio, con castigo, con alguna maldición que le cayó del cielo por no haber rezado nunca a nada. Me miró como se mira a una bomba a punto de estallar.

Y yo estaba a punto de estallar.

La Transformación

Me senté cerca. Ni siquiera lo toqué. El aire a mi alrededor se volvió denso, cargado. Él temblaba dormido. Gritaba sin sonido. Veía a sus hermanos caer, a los humanos morir, y en medio de eso, a sí mismo... hueco. Abandonado por todo, incluso por sí mismo.

Cuando despertó, no me preguntó quién era. Me preguntó por qué no lo mataba.

—Porque vine a prenderte fuego, no a borrarte. Vine a devolverte tu maldito nombre —le dije. No como promesa. Como sentencia.

Y el hijo del error lloró. Lloró con ese tipo de llanto que no hace ruido pero quiebra los huesos del alma. Lloró con partes que había escondido tanto tiempo que ya ni recordaba que las tenía. Yo lo miré arder desde adentro. Vi cómo cada capa podrida se encendía. Vi cómo las mentiras se carbonizaban.

No era bonito. No era redención de libro sagrado. Era sucio. Era feroz. Era real.

La Llama y el Regreso

Yo no lo salvé. Él se entregó. Y eso fue todo.

Lo abracé, sí. No con brazos. Con llamas. Y ardió. Y gritó. Y se quebró. Y al final, lo que quedó, lo que sobrevivió al fuego, era lo verdadero. Una chispa. Una semilla. Algo digno de volver.

Volvió al Pléroma. Yo no.

Yo me quedé un rato más. Mirando el mundo con los ojos de una que ya no quiere perfección, pero sí verdad. Con una llama menos, sí. Pero con una certeza intacta:

El fuego no pide permiso. El fuego no da explicaciones. El fuego quema, y si ardes bien, renaces.

Y él... él todavía me arde cuando sueña.

Así fue como lo que nació para consumir, eligió recordar. Así fue como Mahaway dejó de huir… y eligió encenderse.

-Ignia

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