“Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza.”
Pero no lo dijo, como a la luz.
No lo decretó, como al sol o al mar.
Lo moldeó.
Y no dijo: “Sea el hombre”.
Dijo: “Hagamos”.
Y en ese plural resuena un eco inquietante.
¿Quiénes eran los que hablaban?
El plural no es una cortesía real.
Es una fractura.
Los gnósticos antiguos sabían que esa voz en plural no venía de un solo dios.
En los textos como el Apócrifo de Juan, se revela que el Demiurgo —el falso creador del mundo material— no está solo.
Tiene a su servicio una hueste: los Arcontes.
Son los que imitan la creación sin comprenderla.
Los que copian el cielo sin recordar su forma.
Y por eso, cuando dicen “hagamos al hombre”, lo hacen a su imagen, pero no a su origen.
No pueden crear un alma.
Solo un contenedor.
El barro: memoria de lo olvidado
El hombre es formado del barro, no por azar.
La tierra es el símbolo de lo caído, de lo dividido, de lo mortal.
En el barro hay agua (vida) y polvo (muerte), unidos sin unidad.
¿Por qué el cuerpo viene del barro y no de la luz?
Porque no lo crea el Eón original.
Porque Sophia no participa en ese acto.
Porque ya no hay emanación, sino fabricación.
Y sin embargo…
El barro es noble.
Tiene grietas.
Pero espera.
Los otros no fueron hechos así
A los animales de tierra no se les habla en plural.
No se les atribuye imagen ni semejanza.
No se baja nadie a moldearlos.
Son llamados.
Surgen.
Ellos son instinto, fuerza, ritmo biológico.
Pero no tienen la nostalgia.
El hombre, sí.
Porque aunque fue hecho por manos corruptas,
lleva dentro una forma que recuerda algo más.
La forma sin chispa
El cuerpo humano, al terminarse, era perfecto.
Pero vacío.
Dormido.
No era todavía alma viviente.
Faltaba lo más crucial:
el aliento.
Y no cualquier aliento.
El texto no dice simplemente que se le dio vida.
Dice que se le insufló aliento de vida por la nariz (neshamá, en hebreo).
La nariz: símbolo del olfato, el más profundo de los sentidos, el que más despierta la memoria antigua.
Por esa rendija, entró la chispa divina.
Una chispa que no debía estar ahí.
Una fuga. Un accidente.
O quizás, un acto secreto de Sophia.
La paradoja de la imagen
¿A imagen de quién fuimos hechos?
¿Del falso creador y sus imitadores?
¿O de la divinidad que él quiso imitar?
La imagen es la forma externa.
La semejanza es la resonancia interior.
Pero algo falló.
Nos dieron la imagen,
pero no la semejanza.
Nos hicieron parecidos…
pero no iguales.
Nos dieron forma,
pero no recuerdo.
Hasta que llega la chispa
Y entonces, el cuerpo despierta.
Sabe moverse. Comer. Desear. Construir.
Pero sigue sin saber de dónde vino.
El sistema llama a eso vida.
Pero es solo supervivencia.
Porque la verdadera vida no empieza con el barro,
sino con el despertar.
Y eso…
no se lo dieron.
Eso hay que recordarlo.