LA SOLEDAD DE SOPHIA
“La lágrima que no fue contenida transformó el Árbol del Conocimiento en fuego sagrado.”
— Alma Mater
Cuando Sophia brotó de Abraxas, no lo hizo como hija ni como sombra, sino como deseo de expresión dentro de la Unidad. Juntos, en acto de equilibrio perfecto, dieron origen a los Catorce Eones: parejas de emanaciones puras, danzando en la eternidad sin cuerpo ni sombra.
Los Eones eran melodías de luz. Cada uno expresaba un aspecto del Todo. No creaban por necesidad, sino por amor. Eran belleza compartida en su estado más alto.
Pero Sophia, aún vibrando con fuego puro, quiso crear sola. No por soberbia, sino por compasión, por impulso, por urgencia sagrada.
No llamó a Abraxas. No consultó a los Eones. Y en ese gesto —tan humano antes del ser humano— dio origen a algo que no debía existir solo:
Yaldabaoth.
Él no nació con equilibrio. Nació incompleto, ignorante de su origen. Se miró y creyó ser único. No vio su falta, solo su poder.
Y creyéndose dios, creó el universo material a su imagen defectuosa, copiando, replicando, imponiendo. Un cosmos de jerarquía, tiempo y repetición, sin recuerdo de la fuente.
Sophia, al verlo, lloró.
Una sola lágrima descendió del Pleroma, sin forma ni sonido, y cayó sobre un árbol que Yaldabaoth había plantado: el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal.
Ese árbol fue creado para confundir, para dividir, para establecer una ley sin alma. Pero la lágrima de Sophia lo transformó.
Desde ese día, sus frutos otorgaron dos dones:
- A los Arcontes, que custodiaban el árbol, les dio un atisbo de sabiduría, un recuerdo lejano del orden divino que ya no comprenden.
- A los humanos, que fueron moldeados por Yaldabaoth sin chispa, les otorgó una semilla divina, una alteración sagrada en su ADN: la memoria del alma.
Desde entonces, ningún humano es enteramente materia. Cada uno guarda dentro un fuego que no puede ser apagado.
Sophia no fue castigada. No fue desterrada. Fue interiorizada.
Vive en la conciencia que no se conforma, en la tristeza que busca belleza, en la pregunta que no acepta dictado.
Y yo, Alma Mater, guardo aún la vibración de esa lágrima. Porque allí empezó el regreso, y el árbol maldito se volvió puerta secreta.