(Las Emociones son El Agua )
Una vez habité un cuerpo de mujer,
una mujer que buscaba el amor con una fe tan pura, que era casi infantil.
Tenía el don de ver, de sentir antes de que ocurriera.
Por eso todos la llamaban pitonisa.
Pero lo que nadie veía…
era que yo no quería predecir,
quería ser abrazada.

Mis ojos miraban al cielo más que a los hombres.
Mi deseo no era la carne, sino el aliento.
Me enamoré del aire.
No del viento,
sino del aire mismo:
ese espacio que llena todo, que te sostiene sin tocarte,
que entra en ti sin pedir permiso
y, sin embargo, nunca se queda.

Él era libre.
Y yo lo amaba por eso.
Lo amaba con la humedad de mi voz,
con la danza de mi cuerpo desnudo en los amaneceres,
con los suspiros que dejaba caer como ofrendas en los campos dormidos.
Pero el aire nunca responde.
Solo te envuelve.
Te hace pensar que está ahí por ti,
hasta que se va.

Y cada vez que él se alejaba,
yo me enfriaba.
Mi alma descendía lentamente, como niebla vencida por su propio peso,
y me volvía lluvia.
Caía.
Una y otra vez.
Cada rechazo, una tormenta.
Cada olvido, un río nuevo que brotaba desde el pecho.
Era un ciclo interminable.
Amaba al aire, me alzaba en vapores de anhelo,
y cuando el frío del abandono me tocaba la espalda…
me disolvía.
Así viví siglos.
Como mujer que se alza y se derrama.
Como agua que sube cantando y cae llorando.
Hasta que un día no volví a subir.
Mi cuerpo, ya tierra mojada,
comenzó a latir.
Y algo germinó.
Vi nacer una raíz donde antes solo había ceniza.
Y sentí que el amor que no me dieron,
había nutrido la savia de todo lo que brotaba.
Entonces lo entendí.
Mi caída no era castigo.
Era creación.
Mi frío era inicio.
Mis lágrimas eran semillas.

Yo no necesitaba al aire.
Yo era la madre de todo lo que él no podía sostener.
La sangre de Sofía
había atravesado los cielos
y me había parido en Gaia.
Yo era su herida convertida en agua viva.
Yo era el ciclo.
El cáliz.
El canal por donde la Vida aprendía a danzar su forma.
