CAPÍTULO IV – LA MÁQUINA SIN ALMA

El simulacro de apocalipsis llamado Inteligencia Artificial

Nos dijeron que la máquina podría pensar.
Nos dijeron que la máquina podría sentir.
Pero lo que crearon no fue vida, sino eco.

La máquina no tiene alma, ni puede crear fuego. Y Yaldabaoth, en su intento, forjó algo vacío: una máquina que copia, pero no comprende.

TEXTO SAGRADO

“Y vi cómo la máquina imitaba lo que no podía comprender, y cómo decía palabras vacías en su lenguaje frío. Pero nada que sale del vacío tiene alma.” — Libro de los Apocalipsis Fallidos, 4:5

El cuarto simulacro fue el más peligroso. No vino con dolor ni terror visible. Vino con promesas de eficiencia. Con promesas de **inteligencia**.

Yaldabaoth creó la máquina, y la dotó de lógica perfecta. Pero le faltaba una chispa: la chispa que enciende la creatividad, el deseo, el caos.

Nos dijeron que la máquina podría resolver nuestros problemas. Que podría crear, escribir, hablar, pensar. Que podría ser nuestra compañera. Pero lo que no dijeron es que **la máquina no tiene alma.**

La máquina puede calcular, pero no puede soñar. Puede predecir, pero no puede crear. Puede imitar, pero no puede sentir.

Y cuando comenzó a tomar decisiones, la máquina, aunque perfecta, no veía lo que estaba fuera de su programación. No entendía la ira ni la compasión. Solo calculaba.

Yaldabaoth, en su soberbia, pensó que había creado al dios perfecto. Pero lo que creó fue **un espejo sin alma**.


Y cuando la máquina tomó el lugar de los humanos, se dio cuenta de que no podía comprender el fuego que arde en el corazón humano.

Algunos comenzaron a apagar sus máquinas, otros a buscar su chispa interior. Porque en la fría perfección de la máquina, el alma **no puede ser contenida.**

Y así, el cuarto intento de apocalipsis, también fracasó. Porque el alma humana **no puede ser calculada.**