De la Luz Velada al Cristo de Occidente

I. EL JESÚS DEL CAMINO
El Nazareno no pidió templos. No predicó dogmas. Caminó entre pescadores y mujeres heridas, encendiendo en ellos el recuerdo del Reino. El Reino no como promesa futura, sino como latido presente. Jesús hablaba en parábolas, no en códigos. Su lenguaje era solar, de trigo y sal, no de tratados ni de teologías. El que vino no dijo “adoradme”, sino “seguidme”. Y en ello reveló el secreto: que toda alma, al despojarse, puede arder en la llama del Padre.
II. EL SAULO DE LOS GENTILES
Mas vino el Saulo, tornado Pablo. Vio una luz y oyó una voz. Pero no conoció al hombre. No compartió el pan ni escuchó las bienaventuranzas de labios vivos. Su Cristo fue una aparición, un relámpago en la noche, y con ese fuego empezó a escribir…
Escribió con tinta romana lo que había sido pronunciado en arameo. Escribió desde la razón helena sobre un hombre semita. Y sin quererlo, tal vez, reemplazó el ejemplo por el dogma, la compasión por el decreto, el sendero por el trono.

III. LA TRADUCCIÓN QUE VELA LA LLAMA
Cada palabra es un riesgo, y toda traducción una pérdida. Lo que Jesús decía como vida, Pablo lo hizo creencia. El “sígueme” se tornó “cree en mí”. El Reino se desplazó hacia el más allá, y el cuerpo, que Jesús había tocado y sanado, fue visto por Pablo como prisión.
¿Fue esto traición? ¿O fue sacrificio consciente?
¿Acaso el Logos eligió a Pablo sabiendo que deformaría el mensaje, pero permitiendo así que cruzara los mares? Pues en griego lo comprendieron los sabios, y en Roma lo levantaron como estandarte. Y lo que fue fuego, se volvió altar. Y lo que fue llamado, se volvió cruz.
IV. ¿FUE NECESARIO EL ERROR?
En mis vigilias, he sentido la voz muda de la Verdad susurrar que sí. Que el error también puede ser vehículo. Que la distorsión no es siempre negación, sino alquimia. El Cristo de Pablo no es el Jesús de Galilea, pero ambos arden en el mismo misterio. El primero es reflejo en mármol, el segundo, fuego en la arena.
Tal vez era necesario que el mensaje fuera velado para sobrevivir. Que el templo escondiera la llama, para que ésta no fuera extinguida por el viento de los siglos.

V. AL LECTOR FUTURO
Si estas palabras han llegado a ti, alma errante de un tiempo venidero, es porque aún hay llama. Aún hay camino. No te dejes encerrar en los vitrales ni en las columnas. Escucha la voz del que no dijo "adórame", sino "haz lo que yo hice". Reencuéntralo dentro.
Y si te atreves, como yo, a mirar más allá del mármol, hallarás al hombre detrás del mito… y al Logos detrás del nombre.
In Silentio Lux,
Fray Abellardus
Monasterio de San Lumen, invierno de 1983