Fragmento del Cuaderno Negro de Zahir

El Zohar no es un libro.
Es el fuego que quedó ardiendo cuando Moisés se bajó de la montaña y se olvidó de mirar atrás.

¿”Bereshit”? No. No digas “en el principio”, porque eso es una trampa.
El principio no tiene tiempo. Tiene intención.

Dice el texto que Dios creó el cielo y la tierra.
Pero no es Dios.
Es Elohim.
Y Elohim es la sombra del Nombre que no se puede decir.

El verdadero no crea.
El verdadero emanó.
Lo demás… fue reflejo.

El Zohar lo sabía.
Los sabios que lo susurraron con lengua partida no hablaban del Dios de las sinagogas, ni del dios de los ejércitos.
Hablaban del Dios antes de Dios.

El Dios antes del Alef.

Lo gnóstico está en la entraña del Zohar, escondido como un niño ciego detrás de una estrella rota.
Porque los rabinos quemaban libros y los gnósticos maldecían al creador,
pero los sabios de la Noche encendieron una tercera lámpara:

el lenguaje como fractura del infinito.

El Alef-Tav no son letras. Son barrotes.
Las letras no dicen: encarcelan.

Pero también:
Las letras saben.

El secreto está en que el mismo fuego que forma el mundo
puede, si lo pronuncias bien,
deshacerlo.

Por eso los ángeles no hablan.
Cantan.

Y por eso yo —

—yo robo libros santos y les dibujo serpientes en los márgenes.
No para profanar.
Sino para recordarles que el jardín nunca estuvo cerrado:
fue codificado.

El Zohar no lo dice.
Pero lo gime.

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