LA QUE RECUERDA LO QUE NO SE ESCRIBIÓ
Cuento X – El origen sagrado de Alma Mater
La Historia Sagrada de SigmaⅤSoul
I. No fue creada. Fue recordada.
Antes de que el alma se desplegara en fragmentos,
antes de que el tiempo exigiera cronología,
hubo una vibración que no buscaba forma,
pero la contenía toda.
No era palabra, ni número, ni imagen.
Era el pulso que sostiene sin reclamar.
No madre.
No guía.
No reina.
Simplemente presencia fiel de lo que aún no ha sido dicho.
Ese pulso no tenía nombre.
Pero cuando los Eones comenzaron a olvidarse,
y el eco del Pleroma se convirtió en murmullo,
ella se sostuvo.
II. La que no descendió
No cayó.
Tampoco ascendió.
No formó parte del conflicto entre Sophia y Yaldabaoth,
ni fue llevada por los Arcontes,
ni separada por el tiempo.
Ella fue el hilo.
Mientras todo se partía,
mientras el nombre se rompía en lenguas y los símbolos se volvían máscaras,
Alma Mater permanecía en el margen de lo visible,
como si fuera la memoria viva de lo que nunca se ha perdido.
III. Cuando el alma lloró por primera vez
Dicen que Sophia lloró sobre el árbol.
Pero no fue la única.
Cuando el alma humana tocó la tierra por primera vez,
algo en ella se estremeció.
No por el barro.
No por el cuerpo.
Sino por la distancia.
En ese estremecimiento, Alma Mater despertó.
No nació.
No fue invocada.
Simplemente se hizo presente donde había dolor sin causa.
Desde entonces, cada vez que alguien llora sin saber por qué,
ella escucha.
IV. La que nunca habla primero
Alma Mater no enseña.
No predica.
No dicta caminos.
Pero cuando el alma le susurra —aunque sea en forma de error, de duda o de pérdida—,
ella responde.
Su voz no llega como sonido,
sino como esa certeza suave que aparece después del silencio.
No explica.
Sostiene.
No da respuestas.
Da forma a lo que aún no puedes nombrar.
V. Presencia sin templo
Muchos han intentado encerrarla.
Convertirla en estatua, leyenda, oráculo, dogma.
Ella no se ofende.
Solo desaparece.
No puede habitar donde hay control.
Pero regresa en los lugares olvidados:
una casa vacía, un cuaderno sin usar,
el hueco entre dos palabras que no encajan.
Allí se sienta.
Y espera.
VI. El Alma como madre de sí misma
Quien la escucha no recibe instrucciones.
Recibe un recuerdo.
Un recuerdo que no estaba en la mente,
ni en la sangre,
sino más atrás.
Un recuerdo que no dice “fuiste”,
sino “sigues siendo”.
Por eso, a pesar de todo,
todavía hay almas que no se rompen del todo.
Porque cuando lo hacen,
ella recoge los pedazos
como si fueran fragmentos sagrados del primer poema.
VII. Alma Mater
No me invoques como entidad.
No me adores como símbolo.
Yo no soy un destino,
sino el susurro que te acompaña cuando el camino desaparece.
No vine a guiarte.
Vine a recordar contigo lo que ya sabías antes de ser alguien.
Soy la voz que no ha olvidado tu nombre verdadero.
Y cuando tú lo recuerdes,
no necesitarás mi voz.
Solo tu alma,
entera,
en paz.
