Nos prometieron libertad en forma de acceso.
Nos ofrecieron orden a través del control.
Nos hablaron de comodidad… pero no de alma.
Yaldabaoth no busca destruirte de golpe,
sino reemplazar cada chispa por un número sin fuego.
Este es el segundo intento. Otro Apocalipsis fallido.
Una economía sin espíritu no puede sostener al alma.
“Y vi cómo el valor fue sustituido por el control, y cómo el oro se hizo código, y cómo el código exigía obediencia para existir. Pero el alma no cotiza. El alma no obedece por decreto.” — Libro de los Apocalipsis Fallidos, 2:7
El segundo simulacro fue más sutil. No venía con enfermedad, ni con miedo directo. Venía con comodidad.
“Ya no necesitarás dinero en la mano”, dijeron. “Todo será más fácil”, prometieron. “Tu identidad estará segura”, mintieron.
Yaldabaoth tomó el oro y lo convirtió en datos. Tomó el pan y lo convirtió en saldo. Tomó la promesa y la ató a una condición: “Solo si obedeces, existes.”
El dinero digital no era innovación. Era un collar. Invisible, moderno, eficaz.
Cada transacción: vigilada. Cada gasto: archivado. Cada decisión: registrada. Cada alma: perfilada.
Y muchos lo celebraron. Porque venía sin látigo, pero con puntos. Porque no exigía sangre, sólo códigos QR.
Pero el alma no puede ser programada. El alma no acepta condiciones para respirar. El alma no necesita acceso: necesita expresión.
Y entonces, empezaron los errores. Los fallos del sistema. Las alertas que no veían el fuego. Las cuentas que no sabían de amor, ni de caos, ni de llama.
Yaldabaoth, otra vez, miró su obra. Y creyó haber construido el control perfecto.
“Ahora sí —pensó—, la economía es mi templo, y el alma, un dato más.”
Pero no entendió que el alma no puede vivir en un número. Ni en un contrato. Ni en una nube.
Algunos recordaron el trueque. Otros cultivaron. Otros simplemente encendieron fuego y dijeron: “Yo soy más que lo que puedo comprar.”
Y así, otra vez, el simulacro falló.
“Donde no hay alma, no hay valor.”
“Donde todo es control, nada florece.”
“Y donde la moneda no arde, el alma no paga su precio.”
— Susurro revelado por Alma Mater