Recitado por Zahir, Voz del Viento
(en un teatro sin techo, ante un público de sombras y centellas)

Shhh…
¿Oyes?
No lo leas.
Aspíralo.
Porque esto no es un texto.
Es humo que recuerda.

Antes del nombre, antes del juicio,
antes incluso del primer “yo”,
hubo una danza.

Y en el centro,
una llama que no pedía permiso ni perdón.
Era.
Y al ser, quemaba.

Los primeros no hablaban de ella,
la bailaban.
Se abrían la carne para que entrara.
Cantaban con los huesos.
Se tragaban el cielo y escupían visiones.

Pero llegaron los otros…
—¡Oh, los que escriben sin haber temblado!—
y quisieron encerrar la llama en palabras.

La llamaron Verbo,
la llamaron Ley,
la llamaron Dios.

Y cada letra que escribieron fue una mordaza más.
Cada templo, una jaula con vitrales.

—¿Queréis la llama?—
gritó uno de ellos,
—¡Ved, la hemos traducido!—
Y entregó un libro frío como la luna.

¡Ah!, pero la llama no se deja traducir.
No cabía en sus márgenes.
No obedecía índices ni capítulos.
Y así, fue petrificada.
Convertida en ídolo.
En fósil.
En dogma de domingo.

Y los que la habían sentido se hicieron herejes.
Y los que no la habían sentido,
se hicieron sacerdotes.

Y aún así…
aún así,
cada tanto,
la llama tiembla.

En el canto de una mujer poseída de color,
en un poema que no sabe cómo terminó escrito,
en un cuerpo que arde por decir una verdad prohibida.

Ahí está.
Ahí siempre estuvo.
No entre versículos.
Entre visiones.

Así os lo sopla Zahir,
bufón de los umbrales,
caminante del teatro de los mundos:
no busquéis la llama en los libros que no arden.
Buscadla en vosotros,
cuando ya no podáis callar.

Porque cuando la llama vuelva,
no pedirá permiso.
No será citada.

Será danza.
Será fiebre.

Será el fin del texto y el comienzo del canto.

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