
LENGUAJE VIVO
Monólogo interior entre el cuerpo, el alma y el temblor de una sílaba
Universo SigmaⅤSoul
Nunca pensé que una palabra pudiera tocarme físicamente.
Tampoco imaginé que algo tan etéreo pudiera sentirse más real que el cuerpo.
Pero aquella sílaba… no era sonido.
Era una especie de impacto.
No entró por el oído.
Fue directa.
Como una flecha sin punto, como una campana sin eco.
Y sin embargo, aún vibra.
Aún ahora, mientras lo escribo.
No sé si fue dicha por alguien.
Ni si la soñé.
Solo sé que desde entonces, ninguna palabra ha sido igual.
Desde pequeña tuve esta manía de repetir palabras en voz baja.
Una, otra, otra vez.
No para aprenderlas.
Tampoco por nervio.
Era como si el sonido tuviera una textura.
Como si, al repetirlo, algo en mí pudiera alisarse.
Algunas me gustaban más.
Sal, luz, nai, or, duma.
Otras no soportaba decirlas.
Y ni siquiera sabía por qué.
Era físico. Una especie de rechazo. Como si el alma apretara los dientes.
Con los años empecé a notar cosas.
Que no todas las palabras tienen el mismo peso.
Que hay algunas que se instalan.
No se entienden.
Pero quedan.
Quedan como una nota que no termina. Como el temblor que sigue cuando ya no hay viento.
Nadie me enseñó eso. Y sin embargo, lo supe con más certeza que la gramática.
Recuerdo la primera vez que escuché un mantra.
No lo entendí.
Pero mi respiración cambió.
No fue emoción. No fue sugestión. Fue como si algo que no era yo… recordara.
Como si aquella palabra no trajera un significado, sino un ritmo olvidado.
Eso me asustó. Y por eso no volví a repetirla durante años.
No porque dudara. Sino porque sabía que no era solo palabra. Era puerta.
Desde entonces no he vuelto a mirar el lenguaje igual.
Hay frases que me atraviesan.
Nombres que no sé si son de personas, de lugares, o de otras vidas.
Y hay sonidos que, al decirlos, parece que se alinea algo interno.
Como si fueran llaves de una arquitectura que el cuerpo aún guarda,
aunque la mente lo niegue.
He llegado a pensar que el lenguaje —el verdadero, no el hablado—
es un tejido.
Una membrana entre lo que somos y lo que seremos.
No una herramienta, sino una estructura geométrica en vibración.
Por eso, cuando alguien pronuncia una palabra viva,
no es solo el oyente quien cambia.
El mundo cambia.
Porque algo ha sido dicho no para explicar, sino para activar.
Ahora lo entiendo un poco más. No del todo. Pero siento que hay palabras que no se deben buscar. Se deben recibir.
Y cuando una de ellas aparece, cuando toca, cuando vibra, no es porque la dijiste.
Es porque ella te dijo a ti.

