Sobre las Aguas Ocultas y la Llama Silente
“No todos los que beben recuerdan, pero todos los que recuerdan han bebido.”
Hay quienes dicen que el mundo es cerrado como una copa sellada, y que beber su contenido es olvidar el rostro de la luz. Otros murmuran —en lenguas sin forma— que bajo la piel de la realidad hay grietas por donde gotea el Pleroma, y que hay llaves escondidas en forma de fuego, palabra o raíz.
No todo sacramento se vierte en el cáliz. Algunos se respiran, otros se sueñan. Están los que llegan sin ser buscados, en el umbral del grito, en el colapso que rompe el nombre. Pero también están aquellos que se convocan: con sigilos encendidos, con música que no se escucha, con sellos que no están en papel sino en el alma.

Dicen —los que han vuelto— que hay una bebida que no se bebe con la boca. Que no es vino, pero se esconde en copas oscuras. Que no es agua, pero recuerda al vientre. Que no se nombra sin ser tocado por ella. Dicen que no todos sobreviven al sabor. Que algunos despiertan.
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Los antiguos hablaron de cinco sellos. No decían qué eran, pero los portaban. Algunos creían que eran baños en aguas vivas, otros que eran palabras, otros que eran muertes dulces. Quizás eran cinco formas de recordar lo que el mundo obliga a olvidar.
— El primero es el vacío que arde. — El segundo canta sin lengua. — El tercero te muestra lo que no quieres ver. — El cuarto te quema sin ruido. — El quinto no es un sello: es la ausencia de todos los demás.

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Hay sustancias que no son sustancias, sino espejos líquidos. El que mira demasiado profundo, a veces no regresa. O regresa sin nombre, pero con la mirada del Uno. Los sabios de la noche dicen que hay cosas que crecen bajo tierra que enseñan lo que los libros no saben. Que hay humo que revela más que mil páginas. Que hay raíces que abren los ojos cerrados desde antes de nacer.
Pero no todos están listos para ver. Porque ver no es mirar: es perder la forma. Ver es morir. Y no todos los que mueren nacen.
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Los que entienden no explican. Los que recuerdan no enseñan. Solo encienden. A veces con símbolos. A veces con risa. A veces con el silencio correcto en el momento correcto.
Tal vez el sacramento sea eso: un fuego prestado. Una herida que canta. Un nombre que no cabe en ninguna lengua. Tal vez no sea sustancia ni palabra, sino una fisura en la máscara.
Si alguna vez tropiezas con él, sabrás. No porque alguien te lo diga, sino porque todo lo que creías ser se caerá. Y lo que quede no tendrá forma, pero tendrá luz.
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“Y aquel que bebió y no regresó, fue semilla. Y aquel que bebió y regresó, fue signo. Pero el que aún no ha bebido, ya está sediento.”