Documento Fragmentario — Sobre el Malentendido de Caín
Traducido por Eiren Kael de los Ritos Equívocos, con glosas marginales halladas en la Cripta del Espejo Quemado.
“El primer altar no fue construido con piedra, sino con la carne del único hermano.” — Ilheim el Ciego
I. Preludio: el crimen como rito
Entre los muchos equívocos que han fundado la conciencia religiosa, ninguno tan grave como el de Caín. El relato heredado lo presenta como homicida, envidioso, portador de la marca del castigo eterno. Sin embargo, la lectura velada revela un fundamento más trágico: Caín no mata por odio, sino por error sagrado.
Tras ver que su ofrenda vegetal es rechazada y que la de Abel —animal, sangrante— es aceptada, Caín interpreta el silencio de Yahweh como instrucción. El dios no respondió, pero la mirada divina recayó sobre la sangre.
El alma aún inmadura de Caín dedujo entonces una lógica irreversible:
Si Dios prefiere lo que muere,
Si acepta aquello que sangra,
Entonces daré lo más puro,
Entonces ofreceré a mi hermano.
II. La obediencia malentendida
Lo que sigue no es un asesinato. Es el primer sacrificio humano.
Caín no odia a Abel. Lo consagra.
Lo tiende sobre la tierra —el altar primigenio— y abre su cuerpo como se abre un fruto sagrado, creyendo con ello abrir los cielos. La sangre de Abel no cae como castigo, sino como incienso del alma.
Pero Yahweh no responde. Ni acepta. Ni lo detiene. Solo observa. O tal vez esperaba.
III. La ira de Dios y el silencio del símbolo
El rechazo posterior no es moral. Es simbólico.
El dios marca a Caín no porque haya asesinado, sino porque rompió el signo. Transformó la relación en rito. Confundió el altar con el hermano. Inauguró el ciclo de los altares sangrientos, de los pueblos que sacrificarían al justo por orden divina.
Esa marca que recibe Caín —mal traducida como castigo— es en realidad un sello de ambigüedad eterna: la señal del que actuó con la lógica perfecta del error.
IV. La semilla del sacerdocio sangriento
Desde ese gesto, todos los templos heredaron algo del equívoco: el humo de las carnes, los gritos de los corderos, la necesidad de derramar para complacer.
Jesús fue el nuevo Abel, ofrecido por un mundo que no había aprendido nada. Pero también fue el nuevo Caín, que cargó sobre sí el pecado de su propio sacrificio.
Y Aureox, en la narrativa del Codex, no es ni uno ni otro: es el que recuerda que no era necesaria la sangre. El que ha despertado del sueño sacrificial. El que ha comprendido que Dios no quiere muerte, sino retorno.
V. Nota final de Eiren Kael
He consultado códices sumerios, gnósticos, y fragmentos desenterrados en ruinas del monte Hermón. En todos ellos, la figura de Caín aparece más como el primer sacerdote que como asesino. Y en algunos, Abel es llamado el Justo Inmolado por manos devotas, no por enemistad.
Esta versión del mito fue erradicada por las instituciones que necesitaban mártires y verdugos, templos y castigos, dogmas y sangre. El Codex la recupera no para exonerar, sino para entender.
Porque solo recordando el malentendido, puede comenzar el verdadero sacrificio: el de la ignorancia.